La
culpa no la tuviste tu, la tuvieron todos aquellos versos que te escribí, todas
las canciones. La tiene tu olor, que aún se resiste a abandonar mis manos. La
tienen todas y cada una de aquellas caricias con las que encontrábamos la
calma.
Jugando con retórica para emular a los maestros, tomando
palabras prestadas a punta de navaja y borrando aquel recuerdo en una única gradación
perfecta que, finalmente, te convierta en tierra, en humo, en polvo, en sombra,
en nada...
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