martes, 14 de octubre de 2014

Detective Gordon

     Desde el momento en el que la vi aquella primera vez al atravesar la puerta de mi despacho supe que aquel caso me quedaba grande. Era tarde y ya me faltaba poco para volver a casa después de un largo día de papeleo y revisar archivos.

     Liza, una chica de piernas largas, el pelo enredado del color de una noche cerrada de invierno y ojos vítreos, más asustados que cualquier otra cosa. La pobre infeliz se había mezclado con quien no debía. Me relataba su historia mientras su mirada se perdía en el humo de aquel cigarrillo ,que, haciendo eses hacia los conductos de ventilación de mi oficina, se perdía lentamente.


     Cantaba para Falcone en su club tres noches por semana... maldita sea, tenía que ser Falcone... Aquella víbora que se alimentaba de lo poco sano que quedaba en esta  podrida cuidad en la cual no había nada que mereciera ser salvado.

     Nada excepto ella, tal vez. La inocencia de aquella chica me hizo pensar que tal vez quedara algo de esperanza en las calles de esta moribunda ciudad.



No podía acudir a la policía, por supuesto. El cuerpo de policía, totalmente corrupto, hacía las veces de marionetas de Falcone, que era quien manejaba la ciudad... ni el alcalde, ni el comisario... la cuidad bailaba a su ritmo por completo, al igual que sus chicas en nómina.

La chica estaba en el peor lugar y en el peor momento, volvía a casa después finalizar su jornada tras cerrar el club cuando, con la peor suerte de todas, se dió cuenta de haber olvidado las llaves de su pequeño apartamento en la trastienda. Tuvo la mala suerte de ver como Falcone y uno de sus chicos ajustaba las cuentas a un pobre desgraciado, tuvo la mala suerte de que él la viera justo antes de que escapara.

     No sabía a donde acudir, y fue por eso que acabó en mi despacho, escuchó que yo era el último hombre honesto y pensó que tal vez, el poco dinero que le quedaba y la pena que pudiera tenerle serían suficiente pago.

     Si la chica estaba allí, a los chicos de Falcone les faltaba poco para venir, Decidí llevarla a casa para ganar algo de tiempo hasta que  pensara en una solución mejor. Se daba una larga ducha mientras yo pensaba que hacer con ella, como quitármela de encima.

     Apuraba la copa de bourbon en aquel grasiento vaso cuando oí los ruidos, los chicos de Falcone habían llegado mucho más rapido de lo que esperaba. Agarré mi revolver y las llaves de mi coche, le tendí mi gabardina a Liza, que secaba su pelo frente al espejo, y le dije que me acompañara por la salida de incendios de mi apartamento.

      Suerte que aparqué el coche en el callejón trasero del edificio y pudo irse de inmediato. Sin embargo, yo me quedé, revolver en mano, para solucionar un par de asuntos con los hombres de Falcone. Quizás estuviera haciendome el tipo duro más de lo que debería, quizás mi sitio estaba junto a Liza en el coche, lejos que aquella cuidad enferma...

El caso me quedaba grande, lo supe desde la primera vez que la ví atravesar la puerta de mi despacho, lo supe en el momento en el que la veía perderse junto al humo de su cigarro y lo se ahora, que el metal de los proyectiles arde entre mis vísceras, desangrándome en este oscuro callejón.